El Buen Yerno
- Alex M
- 17 oct
- 18 Min. de lectura
Actualizado: hace 5 días
(Basada en Piel de Oso)

I
Han de escuchar mi historia sin chistar, o pretender que es de terror, o de venganza, o del puñado de casualidades podemos llegar a ser los hombres y sus andanzas. Sea propio confesarles, que mi historia es tan fantástica como la que el tipo que leía hasta el hartazgo y quizá tan falta de compromiso, por lo irreal que llega a tornarse, siempre y cuando le de rienda a la imaginación. No es algo que me agrade contar, pero he decidido dejarlo por escrito para que no pregunten más.
Vayamos al punto, la encrucijada más grande que me llevo a esta situación. Una serie de malas venturas atacaron por completo mi vida y mis caminos como mercante. Por ser un hombre confiado y no entrar en detalles de cantidades y sumas, caí en una de esas estafas que lo arrastran legalmente hasta la muerte. Cuando recibí la pronta carta de desalojo del Legislador Kémeny, indicaba con letras rechonchas al final de la carta, impresa, dictaminaba mi final. Amenazaban con tretas no enviaba y el Fisco me quitaría hasta el ultimo cuarto que tenia encima.
Con los nervios crispados veía que los reproches silenciosos de mi mujer y mis hijas que caían sobre mi. De coleccionar una nueva desgracia. De mi insensatez y lo inocente que era. Sus ojos eran desesperantes, adoloridos por el escario publico y no por el frio. Bebi todo cuanto había en la casa, hasta que la vacié luego de revisar en los alambiques hechizos donde destilaba papas.
Preocupado por el transcurrir de las horas y sin tener una solución pronta a la mano, por la edad y por la profesión de tabernero que supe hacer bien hasta donde mis fuerzas me llevaron. Mi mente desvaría ante el asecho que pueden ser las deudas y no soporté más la actitud de nadie más en esa casa. Decidí acabar con mi vida, para no ver el escabroso declive de mi familia.
Alquilé un cuarto en el Hotel Sárga, el misterioso establecimiento donde las cosas más extrañas, conjeturaban en ocurrir. Mi muerte, solo seria un extra que añadir cuando quisieran vender el morbo por el tabernero que se... Todavía no lo decidía.
Entre más me acercaba al edificio, me daba más el contorno, de lucir como una cabeza de un gigante pero descarnada, palida, enferma. Aunque todo muy sobrio y con una elegancia insuperable para querer morir. La doble puerta larga de de entrada me recordo el entrar a una iglesia antigua por lo magno de su portico. Por dentro, era exotico en el sentido enfermo de la palabra.
Todos los que trabajan de allí eran extranjeros, pero hablaban fluido el idioma y no tenian contratiempos, lucian serenos, placidos, en un derroche de calma ante los clientes. Desde el recepcionista, hasta los botones y amas de casa. Y combinaban con el ambiente, si, un cuadro vivó que funcionaba. Una pintado en todos los tonos del oro.
No me quejo de como hablaban, o lo milimétrico y raro que se movían. Era un baile con un musica inaudible para mi que los contoneaba de esa manera ridícula, o quizá era ese extraño idioma que no llegaba a saber de donde era. Más causaba en mi, gran repelús la tes de servidumbre. Languidos, pálidos, de piel esponjosa pero con la disponibilidad fingida. Cuando recibí la habitación, el botones del lugar, me contempló con sus cansados ojos ambarinos, y con la amabilidad del mundo, me preguntó si habría algo más en lo que fuera bueno. Decidí pedir mi ultima botella de ginebra ante tal petición.
Al partir, cerré la puerta y miré de soslayo mi bolso y me aterraba la idea que usaría lo que fuera que estuviera adentro para quitarme la vida. Me senté en la cama, me quité mi gabán sin mucha gracia y me esperé sentado. En la esquina de la cama, mientras el tiempo se escurría y la tibia tarde trajo la noche a mi vera. Desde mi balcón, podia ver los techos derruidos del barrio Menor y las columnas de humo de las empresas al lado del rio, el lejano silbato de salida para los trabajadores. Las luces aparecian dentro de la masa negra que tornaba la ciudad a esa hora.
Cuando tocaron la puerta, las lamparas seguían apagadas. La habitación a oscuras. El silencio que paciente espera que se consuma el acto de circo que vine a cometer. Abrí la puerta al segundo toque, —no quería que intervinieran la puerta con los peores pensamientos, no todavía.
Y el botones y su sonrisa de inquietante afabilidad me estiraba mi botella del alcohol. A su vez, me dejaba una tarjeta de un conocido por si tenia problemas. Me dijo que me veía angustiado. También me señalo el numero de teléfono de uno de los mas ilustres huéspedes del hotel que podia presentarlo con alguien que me ayudaría de cualquier manera. Cedí ante la invitación y le pedí que me dejara pensarlo. Ya los llamaría con la linea del cuarto.
Volví a quedarme solo en la oscuridad del cuarto. Transcurrido un cuarto de hora, la ginebra ya iba a la mitad, y la idea de quitarme la vida lucia romántica, pero prematura. Decidí darle una oportunidad a la trágica vida y tratar de jugarle una broma de vuelta. Noté la tarjeta y me dio vueltas la cabeza de tanto pensar como un hombre repondría mi integridad publica de mi bancarrota si no era con solvento monetarios. La estupidez también tomó parte esa noche.
Me arrastré de la pequeña sala donde deje a buen recaudo la bebida y como si me deslizaba por el barro dentro de una trinchera, imaginaba mi llegada a la mesita de noche. Me apoyé y con intenso mareo marqué 262-74-556, para esperar que quien fuera contestara este lastimero llamado de auxilio y acudiera a mi ayuda, como el más sensatos de los humanos.
Su voz era disonante, chirriante pero solida, afinada. Causaba en mi una contradicción no sin saber que era en realidad. Aun y eso, me trató con calma y como si fuera su padre, me explicó paso a paso lo que haríamos luego de exponer mi caso. Fue un alivio ver que para otras personas las soluciones estaban a la orden del día. Esta vez, a pesar de lo familiar que me sentí, pedí de inmediato la cuenta, lo que tenia que dar a cambio. Allí hubo un duro silencio en la linea. Una ofensa, a alguien que quizá no pensaba en cobrarme nada a cambio de sus favores hasta ahora.
Al rato retomó y me dijo que luego hablaríamos con calma de la paga, ahora me pidió que terminara mi botella de ginebra, tuviera una noche de soltero, durmiera a pierna suelta y descansara para luego regresar a casa. Hoy, se sentía magnánimo y quería hacer favores. Cuando nos íbamos a despedir, apuntilló en una idea que era la primera en la lista para salir de mi perdida.
Me iba a presentar un amigo, al tercer día. Que iria a la casa, pediria comer en mi mesa, convivir con otros y pasar un rato agradable. Con la sonrisa de un vendedor al enganchar su venta, enfatizó en la idea que fuera un buen suegro y no fuera receloso de sus hijas.
Y me supuse que seria un hombre poderoso y mis hijas estaban en edad de merecer. Podia aliviar las cargas de esas maneras, con un explendido yerno. Le pedí explicaciones sobre el sujeto y me dijo que si es un viejo amigo suyo y venia a visitarlo un par de días. Me hizo un favor que le beneficiaba, por supuesto. Quizá zanjaba la situación una situación triple y lo consiguió conmigo.
Termine con una sonrisa en la boca y colgó el teléfono. Me empine la botella y canté viejas canciones vulgares que cantaba cuando la guerra me convocó. Dormí placido y al día siguiente estaba listo para enfrentar y poner orden a mi casa. Cuando me termine mi aseo, arreglé mis bigotes y patillas, tome un desayuno continental y salí luego a un trote veloz a enmendar las cosas.
A segundo día, nos preparabamos para la inusual visita.
II
Falta un cuarto para las siete, así dictaba el reloj.
En medio de los tropeles, el bullicio y el llanto de mis arbitrarias decisiones según ellas, solía llamar al administrador del hotel; el señor Zhulto, y me pedía que fuera prudente con su amigo, era un hombre muy prolijo y que las primeras impresiones quería que fueran las mejores. Recuerdo que en cada llamada, me daba pistas entre apenado y burlón, como seria su amigo. Yo convencido creí que era un animal.
Me hablo de largo pelambre. Ojos pequeños. Hambre voraz, uñas quebradas, dientes convulsos, aspecto en desuso y un impulso involuntario en el labio superior. ¿Y como podria casar a mis hijas con una bestia así? El señor Zhulto solo reía y me tenia que ver más allá. Como la elegida entre las hermanas, que no mostraban que ningún tipo de emoción y menos cuando mi rostro cambiaba y no podia con el mal humor de las noticias.
Me volvían a estafar. O tendria que confiar en la lumbre palida de esperanza que me ofrecia el administrador. Como hombre de negocios me dijo que tenia que permanecer fuerte ante mis decisiones por duras y graves que estas fueran. Enfermaba por las noches con altas fiebres.
Y entre sueños, volvía a la habitación del Sárga y recordaba las canciones, las batallas y los aullidos. Los estampidos de los cañones. Solo. Las trincheras. Ahora deliraba por el terrible destino que nos tocaría enfrentar. Y de las miles de cosas que saldrían mal y como terminaría la visita.
Su madre no me hablaba desde mi regreso. Dijo que mi idea llevaría nuestra casa a la perdición de antemano. Se encerró en la habitación matrimonial y yo me moví a uno pequeño, el de las visitas. No discutiría por territorios. No salía para nada y le dice a alguna de mis hijas que le lleve alimento y ropas nuevas. No me deja siquiera verla. Se mantiene encerrada y sé que continua viva, pues logro escuchar su pesada respiración en vació de la habitación cuando duerme.
Enfrenté la cena lo mejor que pude. Hicimos comida suficiente para los cuatro y una cantidad adicional de dos platos más por lo que comía nuestro ilustre invitado. Saque dos botellas de vino para compartir y mis hijas terminaron de cocinar cada una un plato magnifico para la cita. Dispusimos el comedor y con la lumbre de la leña en el fuego, le dimos ambiente hogareño. La vajilla y los ornamentos más completos que tuviéramos.
Mis hijas lucian hermosas cada una en su encanto, criaturas bellas que su madre en sus sonrisas las concibió conmigo. Ahora, sentadas en las altas sillas mullidas, eran las joyas de mi casa. Con las sonrisas preocupadas, las manos sudorosas y las expectativas al cien ¿que tan malo puede ser? Dicen sus rostros y entre más lo pienso menos me gusta y quiero retractarme.
En mi ansiedad, encendí mi pipa y vi escurrirse el tiempo lento ante mis ojos. Por mas cosas que hablaran las muchachas, los minutos se negaban a pasar. El teléfono retumbó en el fondo y todos saltamos asustados. Fui a contestar pues sabia que el Administrador me daría una amarga instrucción final. Una que sentenció la velada.
“Así, finjan. No se molesten y finjan un amor filial con el. Ya le dije que al rompe puede ser desagradable, pero nada como improvisar en las tablas de la vida real”. Esa frase, quedó tan fuerte en mi memoria que fui a discutirla con las muchachas cuando cerré la llamada. Era una frase que apelaba a los actores más que los mercaderes. Quizá para él era lo mismo.
Cuando dieron las siete, se escucharon un par de porrazos en la puerta.
“Sin modales, me vino a la mente, carece de la prudencia del caballero” y fui a cruzarle el camino al supuesto gospodin Mechka. El nombre le venia de su notable salvajismo. Presto a presentarme como duro y paternal patriarca de la casa, fui a puerta y al tocar la perilla, un frio arropó en mis huesos ante la temperatura a la que estaba el bronce bruñido. Como una mala señal.
No pude ver la luna. Cubría toda la puerta. Era descomunal, abstracto, surreal. Era un enorme animal, con una pelambre húmeda que olía rancia. Desde la profundidad de los cueros que llevaba encima, podia ver sus ojillos de rata, que lo revisaban todo con detalle. Negros en su totalidad y solo la lumbre indicaba a donde mira. Su cuerpo en abundante capas de pieles, diferentes, no lo determinaba en su tamaño, solo tenia la certeza que era alto y largo.
Se acopló a la altura del corredor y aun parecía embutido en la habitación que no lo podia sostener. El terrible movimiento de la nariz, lo hacia ver como un depredador audaz y ajeno a la humanidad. Unas enormes y delgadas manos aparecieron desde dentro de su pelaje y buscaron las esquinas superiores del cuarto. Media el espacio que podia tener en ese ambiente. Hablaba en un idioma y con fonética tirada de los cabellos, así como si un lobo adquiriera la capacidad de hablar.
Mi primera impresión sé que no fue la mejor. No grité pero no salí de mi asombro. Vaya que vi personas raras en mi vida y el gospodin Mechka. ¡Una pesadilla viviente! Tenia nauseas, ganas de vomitar y la imperiosa necesidad de matar a eso, ante que se vaya con una de mis chicas. Sentí un miedo ante su mera presencia. Una elemental, tan salvaje como lo que representaba y sabia que todo estaba en riesgo por mi infantil chiquillada de una oportunidad al destino.
Reptó por el pasillo que daba al comedor. Frio. No pude ni moverme enseguida cuando eso avanzó sobre mi al escuchar las voces femeninas al fondo. Cuando pude, hice lo propio y llegué a la puerta antes que él. Les pedí a mis niñas, que recibieran con beneplácito de la casa a gospodin Mechka.
Su cabeza estuvo a centímetros de la mía. Tendría un cuello absurdo y largo que desplegaba a voluntad. Sus manos se aferraron sobre el marco de la puerta del comedor. Se desplegó poco a poco, y sentí repulsión en extremo de lo que veía. Sudaba a chorros y abrí tanto los ojos hasta casi sacarlo de mis cuencas. Me pidió amablemente permiso y su idioma lo hizo un agravio, así lo sentí, un ladrido de autoridad.
En el comedor cambio de nuevo su forma y lucia como un enorme simio largo con contextura robusta. Y ahora los ojillos y impulso era más evidente. Olfateaba, como los monstruos en los cuentos infantiles, zurcía el mal. Se sentó sin esperar que las chicas siquiera supieran que hacer. Su cara felina, ahora observaba con detalle todo lo que había en la mesa. Y la escena no era menos intensa.
Algo de eso le abrió el apetito y fue cuando salivo y dejo ver por primera vez su boca ¡Un infierno disparejo de dientes serrados! Gruñía en apruebo y con golpes en la mesa exigía ser tratado como un príncipe.
Mis hijas mayores, no soportaron mucho. La primera apenas si pudo contener las arcadas y sus ojos de espanto. Luego de servir temblorosa su plato a gospodin Mechka, vio como fue devorado con una malsana fruición. Pidió retirarse, temblorosa. Trastibillo dos veces en su despedida y no la juzgue siquiera. Yo pondría metros de tierra de por medio al ver como despedazó de manera enferma a las perdices y les quebró los huesos para darse un festín de tuétanos. La pelambre del rostro ahora pegada, le reflejaba una afilada y larga mandíbula.
La segunda y la menor se quedaron a pesar de lo que veían. Nadie pronunciaba una palabra. Teniamos unas mascaras tan duras, en unas sonrisas falsas, tan sufridas que no me decidía cual de mis dos hijas agradaría a la bestia y si no era mejor enfrentar mi destino y matar a esa ser fuera de la naturaleza humana.
Al servir su plato, la segunda no soportó tan nivel grotesco y abyecto de comer medio conejo asado sin dejar atrás hueso por crujir. Escurría babas de fluidos que se mezclaban con el jugo de la carne y era un final que te arrancaba las ganas de comer.
Antes del ultimo plato, decidió parar para trasegar algo ante tanta comida. Tornó sus bestiales ojillos donde me encontraba absorto en la pesadilla que tenia despierto. Ordenó vino y acudí a su llamado aunque fuera más un aullido que una palabra como tal. Y fue cuando vino el acto que desoló a mi segunda hija. Solo salió del cuarto asqueada.
El abyecto señor Mechka giro su larga mano hacia donde era su pecho y con sus uñas cruzó la maraña de pieles. La mano se hundía al interior de su cuerpo lentamente. Reía como hiena, ante la incomodidad de tan profano acto. Cuando halló algo en el interior del pecho, regresó el trayecto de la mano y un espeso liquido amarillo le cubría el brazo y lo que trajera consigo.
Una copa hecha en piedra envuelta en amarillo, con apariencia a la pus de las heridas infectadas, tendió nuestro invitado y con un gesto de la mano, muy refinado para lo que nos tenia acostumbrado. salió de su feracidad. Mi hija corrió despavorida con rumbo a su cuarto.
Llené la copa a tope y me dispuse a intentar beber en lo que me diera el pulso, y ver a esa aberración antes de esconder el cuchillo en la mano. Era pavoroso. Su esencia de maldad caotica, involuntaria se encarnara en esta criatura. Luego de un rato y dos temblorosos sorbos de vino, lograba entender más de lo que decía.
Conversó de sus exóticos viajes a pueblos imposibles, a distancias de antaño de aquí. Su recorrido data de ver al hombre y el caos en el que habita. En las lejanas arenas, tierras de faraones muertos y nombres impronunciables, y se jactaba de beber de las tranquilas aguas de la cristalina Hali, cuando los dueños salían de caza.
Mi tercera hija parecía entenderle en todo. Y mi corazón dio un vuelco al ver terrible destino correría mi retoño. Veía a la criatura con curiosidad y agrado, a pesar del robusto olor y su aspecto, decía que todos merecen extrañados de vez en cuando. Entre más bebo, menos dejo de entender las cosas que plantea Mechka con respecto de una relación con mi hija.
En un instante entre la modorra de la bebida, pues me adelante dos copas más de inmediato. Siguió sus relatos de caza, con sus enormes manos, dibujo cosas y explicó seres que sus figuras daban detalle. El brillo de los ojillos. La mueca de sonrisa al ver que mi pequeña aplaude ante ideas que mis entendederas no me dan.
La paranoia me dio de lleno. Me levanté como un resorte y saque el cuchillo poco a poco, amenazante. Mi invitado me vio y cesó todo movimiento. Su cuerpo se tensó cuando mi sombra cruzó su rostro. Y se volvió a mi. Esos malditos ojillos. Dolia, podia verme representados en ellos, un latigazo que insistía con escozor en el alma. Su boca se movió convulsa y me arrepentí de mis actos. Pensé que me devoraría de inmediato, pero fui sagaz y apliqué un tajo a la mantequilla y ponerlo en un pan cercano.
La noche larga y de revelaciones de verdades tan infinitas en mi mesa, me agotaron. Que el susurro de la historia traiga a una entidad venida del tiempo y te lo cuente de primera mano, hace que la tierra que vivamos, sea una repetición en una librería en una de las bibliotecas más grandes de el mundo. Y aun así, el numero no es suficiente. No le da a nuestra mente tan limitada de ir fuera de los ámbitos contables.
Nos dijo que era un cambia-pieles de una tierra donde las cosas se dispusieron a la virtud de los animales, que ganaron la guerra contra la humanidad como especie. Que fue soldado humano, hasta que la guerra terminó y angustiado por no ser ejecutado, decidió volverse un animal. Nos habló de las dos lunas que rodeaban el cielo de donde venia y el proceder de su manda. De la magia primigenia, la animal, la de evocar y encarnar en seres le fue dada. Tomó las pieles de sus enemigos y ahora espera que cumplan su demanda. A veces lucia más humano en su parecer y otra distorsionaba el ambiente.
La endemoniada visita duró hasta las diez. Mi querida infanta no lo quería dejar ir y le juró con sus claros ojos soñadores, que lo amaba con locura y esperaría lo que fuera necesario con tal que cumpliera la promesa de llevarla a esos lugares. Quedaron en un si, licencioso, imposible de impedir por que así fue su voluntad. Terribles, fueron por siempre mis días.
Al ver tal devoción, la figura retorcida del señor Mechka, volvió al ruedo. Y estiró la mano hacia mi bella hija, entre sus dos enormes uñas negras puso el dedo anular de mi hija y a su alrededor invocó el vacío, la oscuridad. Las sombras respondían al llamado y ahora tenia un anillo oscuro.
Lo quebró a la mitad y dijo que lo guardara mientras el volvía. Y cuando eso fuera el tiempo, no habría barreras ni hombres que los limitaran a ir como esposos donde fueran. Entonces, giro hacia mi, mientras en la palma de la mano, sus carnes engulleron lo que quedaba del anillo. Por tercera y ultima vez, me sorprendería.
III
Tres años pasaron del suceso. El compromiso que le hizo, la eximia de todo caso, si el moría y no volvía por ella. Me dejó mi dote, doblón tras doblón, y vi que todo mejoraría mientras despuntara el sol pálido de la esperanza. Pague mi deudas, y mi niña creció un poco más hasta ser una señorita,
Y muy a pesar que el trauma le duro a las chicas y mi mujer no volvió a salir hasta entrado el segundo año, no necesitamos nada. Las deudas fueron saldas. Devolvía las cartas sin miedo de las amenazas que en los meses me quite de encima y la cumbre de mi vida empezó a relumbrar. Volví a los grandes negocios, y mi familia logró seguir con su estilo de vida, como pago por el horror vivido. Se volvieron extravagantes y llegaron a tener escapes a la vida nocturna y malsana que se gestaba por entonces.
La menor, la prometida, ella cambio su personalidad por completo. Se dedicaba a las largas lecturas y a ánalisis numericos que intercambiaba por correspondecia con su amado. Ella sonreia, maniaca al entender su grafologia y así el universo que le rodeaba. Lo esperaba con vehemencia e incluso, tenia días donde lo lloraba como si lo hubiera perdido. Como era de esperar, sus hermanas le llamaron loca y que era mejor que no malgastara su vida asi. Pero solo servia a sus voluntades. No nos volvimos a preocupar por ella.
Y volví estar en la condena de las bebidas sociales y las reuniones donde tengo que estar con señores y señoras del pais. Claro, citas concertadas por el amistoso administrador Zhulto. Y donde mis ganancias aumentaron cuando mi buena reputación fue restaurada y fue admirable y rimbombante cuando contaba como salí de mi atolladero.
Y por solo un segundo, lo pensé. No volvería. No tendría su amarillenta sangre que brindaba con satisfacción en los objetos que tocaba. Me dije que no tendría de nuevo tan desagradable visita de nuevo y le debía el favor de tres vidas al administrador.
Una madrugada, al contar peniques y realizar mis cuentas. Mi telefonó sonó. Mi mujer lo contestó y me vio con reproche y extendió el auricular. Era el administrador, me llamaba con una voz de felicidad inusitada en él. Solo las cuentas y las malas noticias las daba con una sonrisa. Y me lo dijo sin más. —¡Esta aquí, volvió Mochka!— se me revolvieron las tripas.
Me puse pálido. Sé que a mi pequeña le alegraría, pero yo. Yo no iba a librarle de tal destino. Cerré la llamada por alguien que llamaba a mi puerta. Asi, energicamente, golpetazos demenciales. Todos en la casa se paralizaron. Escuché en el resquicio del ultimo cuarto, —¡Mi Amado ha llegado, me voy de aquí!— me adelanté a ella, y la encerré en el largo corredor, entre los dos portones.
Corrí a mi despacho, a buscar la única arma de fuego que adquirí por la poca fe que le tenia a mis deudos. Los golpes seguían, de ambos lados. Así, una tormenta se gestaba a mi alrededor entre la intensidad de los golpes.
Frente al portico, amartillé el arma. Lleno de valor y ya sabida su demencial figura no me harían mella alguna en el espíritu esta vez de proteger a mi hija. Mi esposa, empezó a gritar. Veía a su hija ahora como un demonio que embestía en pos reventar como fuera las puertas de madera. Pensé en que todo acabaria pronto. La escena donde somos asaltados por las casualidades.
Abrí la puerta en contra de mi voluntad. Busqué la calle de siempre. La casa del frente como los últimos tiempos. O buscaba la enorme figura amorfa que era. Y no vi nada de eso. Ese día no. Abrí la puerta a una entidad fuera del tiempo,que se comprometió mi nena. Todos los cerrojos de las puertas cedieron al unisono ante su mirada. La prometida salió y también lo vio. Mi esposa cayó en pena, cuando dio frente a su lívido rostro.
Desde el cielo negro y el millar de ojos estelares de su tierra, las dos lunas y los castillos derruidos de donde era. Ahora lucia humano, un soldado que llevaba por rostro un manchón amarillo pálido, medio decrepito y con los vividos ojillos de avaro que lo deseaba todo. Extendió su mano hacia mi hija y ella corrió al medio del lugar donde estaba él, en esa region imposible que existiera en el medio de la abarrotada ciudad donde me instale.
El ser pálido sacó el anillo desde las entrañas de su mano y la otra mitad, que llevaba en el pecho como símbolo de su amor. Las mitades se unieron, con delicadeza lo puso en el dedo anular de mi hija. Se veía feliz, hermosa, con esa sonrisa que no olvidaré. Como tampoco el primer lugar que visitarían
.—Debes llevarme a Carcosa.
Y así, como el despertar de un sueño o el abrupto caer del telón al final del acto, ceso la vision. De mi hija no se supo más nada y de las mujeres de mi casa, todas tuvieron destinos terribles, luego de tan extraño suceso. Mi esposa quedo en un estado catatonico y la volví a su lugar en ese cuarto, donde sabia que vivía porque respiraba.
El destino de las otras dos fue arder en cólera y maldecir a su padre. Ella trajeron a ese tipo hasta la puerta de su casa. Pensaban en su atractivo y su personalidad salvaje, como soldado de una lejana guerra acabada. Las dos se lo venderían al padre como buen candidato para ellas. Y era el prometido de su hermana.
La primera se despidió de nosotros un par de semanas atrás, se arrojó en un pozo y lo tuvo sin agua tres días. No encontraron ningún cuerpo, pero quedó la pregunta como se envenenaba tanto el agua.
La otra se ahorcó al poco tiempo de la desaparición de la menor. Y encontré el cuerpo en el cuarto materno, como un péndulo frente a la cama de su madre.
Ambas tomaron el destino que reposaba en mi bolsa del suicida. Ese del cual me arrepentí y tomé esta opción.
Y sé que aun vive, pues aun oigo su pesada respiración. Incluso desde mi cuarto.
24 de Mayo, 2024




Comentarios